Por J. Torres, 2012-11-18, intereconomía.
Con la decisión política de aprobar la constitucionalidad del ‘matrimonio’ homosexual, concluye –en España– la gigantesca operación de marketing puesta en marcha en 1989 en Estados Unidos para ganar reconocimiento y derechos.
EN 1989, la llamada agenda gay constaba de seis puntos inspirados en el libro Después del baile. Cómo América vencerá a sus temores y miedos sobre los gays en los 90 del neuropsiquiatra Marshall Kirk.
El primer punto era hablar de los homosexuales y lo homosexual tan alto y tan a menudo como fuera posible.
El segundo, mostrar a los gays como las víctimas, no como agresores desafiantes.
El tercero, dar a los protectores de los homosexuales una causa justa.
El cuarto punto es evidente: conseguir que los homosexuales parezcan los buenos.
El quinto es más evidente todavía: hacer que aquellos que los victimizan parezcan los malos.
Y el sexto, que todo el dinero necesario para esta gigantesca operación de marketing salga de las corporaciones públicas.
Esto es lo que otros denominan “el método para cocinar una rana”. Un método culinario tradicional que se basa en que jamás hay que echar una rana al agua hirviendo porque luchará para salir fuera del cazo. En vez de eso, lo que hay que hacer es poner a la rana en agua fría e ir calentando el agua poco a poco para que no note que la estás cocinando.
Los malos de la película
Ahora mismo, no hay partido político de relieve en Europa, salvo en Polonia, que se permita expresar una opinión contraria a la homosexualidad. Los medios de comunicación están cocinados. El arte está cocinado. Hollywood tiene las ancas rebozadas. La televisión surte de ranas en juliana a un público que se encoge de hombros. Esa pareja de homosexuales de la serie Modern Family que han adoptado una niña vietnamita son los amos de la pequeña pantalla. ¿Quién no querría ser superamigo de Mitchell y Cameron?
La agenda homosexual, así planteada, evitaba la contienda al estilo Stonewall (el bar de Manhattan que es el símbolo de la lucha física por los derechos de los homosexuales) o al estilo irritante de Harvey Milk en San Francisco. Se trata de conseguir, con mucha mano izquierda y buena presencia, que el estadounidense medio (el español medio, por extensión) llegue a pensar que la homosexualidad sólo es un opción más, otra cosa, y se encoja de hombros.
De esa manera –aseguraba Marshall Kirk–, la batalla por los derechos y el reconocimiento estará virtualmente ganada y lo único que hará falta será esperar. En el ínterin, al imperativo de que el homosexual se presente como víctima, es decir, hacerle aparecer como el bueno de la película, se le une de forma decisiva señalar a la resistencia antigay como unos tipos malos y desagradables: los homófobos. Esto desactiva cualquier posibilidad de rebelión de una parte importantísima de la sociedad que opta por mostrarse indiferente mientras otra parte, no despreciable, jalea con insistencia el poder de los homosexuales, las nuevas reinas del baile.
Hace un par de años, un joven político demócrata estadounidense ya olvidado, Gregg Kravitz, entró en la carrera electoral dispuesto a arrebatarle la nominación demócrata a una veterana diputada estatal de Pensilvania, Babette Josephs. Ante el público de Filadelfia, Kravitz, que era un bombón rubio de terno impecable, se presentó como un homosexual que pretendía que la voz de los homosexuales (y bisexuales, y transexuales, y también los transgénero) se sentara en el Parlamento pensilvaniense.
La diputada Josephs, que no era lesbiana, pero sí gayfriendly de toda la vida (siempre a favor de cualquier cambio legislativo que favoreciera a los homosexuales), sufrió como una condenada hasta que logró reunir pruebas de que Krevitz era un heterosexual que tenía novia y se estaba haciendo pasar por homosexual con el fin de ganar más votos.
Krevitz, en una apresurada rueda de prensa, se defendió asegurando que no era homosexual ni heterosexual, sino bisexual, y que sí que tenía novia, pero lo mismo mañana se le antojaba un novio, pero que en realidad “lo importante es llevar la voz de las lesbianas y gays al Parlamento de Pensilvania”. Perdió, claro. Más que nada, por ser un maldito embustero. Y Josephs ganó, pero dos años después, el pasado abril, perdió contra Brian Sims, un homosexual de 33 años, ex capitán de la selección universitaria de fútbol americano y candidato financiado por el Fondo para la Victoria de Gays y Lesbianas (un comité de acción política fundado en 1991 en Washington para impulsar las carreras de políticos declarados homosexuales). Babette Josephs comprendió así que nada más gayfriendly que un gay.
El quinto punto
Con el caso Kravitz, la nación entera comprendió hasta qué punto de control de la escena pública había llegado el lobby gay, que es ese piquete de terciopelo tan influyente que puede hacerte un nombre o arruinarte la vida. Kravitz es ejemplo de haber intentado lo primero.
De lo segundo hay cientos de ejemplos en los Estados Unidos. Quizá uno de los mejores sea el de Kenneth Howell –un profesor universitario, ministro presbiteriano, que en una clase de introducción al catolicismo de la Universidad de Illinois se le ocurrió enviar un correo a los alumnos sobre “Utilitarismo y sexualidad” en el que explicaba la importancia de separar conducta y persona en el asunto de la valoración moral de la homosexualidad–. Ese correo llegó a un activista homosexual ajeno a la universidad que reclamó la expulsión inmediata de Howell. Y Howell, claro, fue expulsado.
A Howell le acusaron de homofobia (según el diccionario de la Academia: “Aversión obsesiva hacia las personas homosexuales”). Ese es el quinto punto de la agenda gay de 1989. Se le llama “discurso del odio” a todo lo que no sea la promoción activa de la normalidad de los homosexual sin que los valores culturales, tradicionales o religiosos, ni siquiera las reglas de la cultura dominante, puedan ser invocados para justificar cualquier forma de discriminación. Esto lo han sufrido españoles como Aquilino Polaino, Fernando Ferrín Calamita, Javier Otero de Navascués o el célebre obispo Reig Pla.
Las historias de estos cuatro "homófobos" son conocidas, pero no por ello menos fascinantes. Aquilino Polaino, catedrático de Psicopatología de la Universidad Complutense, un psiquiatra de enorme prestigio y más de 30 años de investigaciones, fue invitado en 2005 a comparecer como experto a propuesta del PP en una comisión del Congreso sobre proyecto de ley de modificación del Código Civil para albergar el llamado matrimonio homosexual.
Su intervención, en la que citó una decena larga de estudios sobre los núcleos estructuradores de la psicopatología homosexual, fue resumida en un titular del diario El Mundo como: “Un experto invitado por el PP al Senado dice que los gays son hijos de padres ‘hostiles’ y ‘alcohólicos”. La cacería fue tan extraordinaria que al PP le faltó tiempo para abandonar a su propio experto.
También fue abandonado al año siguiente el juez Fernando Ferrín Calamita. En su caso, apartado de la carrera judicial y tratado como a un apestado porque retrasó –solicitando informes periciales para determinar qué era lo mejor para un menor– un proceso de adopción por la compañera lesbiana de la madre biológica. En realidad, lo que el juez Calamita hizo fue reconocer, como aseguró el jurista José Javier Castiella, su propia limitación formativa y solicitó el informe pericial sobre la concreción del interés del menor en el asunto sometido a su decisión. Ninguna explicación le sirvió, ni siquiera la prueba de que la demandante le había ofrecido retirar la denuncia a cambio de 10.000 euros. La agenda gay le pasó por encima al juez, que fue condenado por prevaricación y apartado de la carrera judicial.
El caso de Javier Otero de Navascués es de manual de primero de lobby. Otero es uno de los responsables del restaurante madrileño La Favorita, que en 2006 rogó a una pareja de homosexuales que quería celebrar allí su matrimonio que se buscara otro lugar. La decisión se tomó en conciencia y no hubo mayores problemas. Así lo reconoció sin más uno de los novios a un periódico de Navarra.
Una rana cocinada
La pareja gay no llevó su queja a instancia municipal alguna, pero el entonces responsable del área de Economía del Ayuntamiento de Madrid y hoy vicealcalde de Ana Botella, Miguel Ángel Villanueva ordenó que se abriera de oficio un expediente informativo para ver si la actuación de La Favorita podía dar lugar a una sanción. Después de esta campanada municipal, la prensa partidaria se volcó hasta conseguir que los gays (los que no acudieron a instancia municipal alguna) anunciaran una queja en regla ante el Defensor del Pueblo.
El caso más reciente es el del obispo de Alcalá de Henares, Reig Pla, quien cinco minutos después de terminar su sermón de Semana Santa, fue condenado sin juicio como ejemplo de lo que le pasaría a quien osara atacar la cultura gay. Durante 48 horas, el homosexualismo político crucificó al obispo sin oposición después de que este, en un sermón sobre la necesidad de una profunda reforma moral de España, hablara sobre la corrupción de la infancia y de la juventud a través de ideologías de la sexualidad que invitan a la promiscuidad y que encuentran el infierno (con minúscula).
Pero el sermón no era importante. Al obispo Reig le estaba esperando la agenda gay desde que hace nueve años fuera el primer obispo en definir la cultura gay: “El fin último al que desea llevarnos el lobby gay: una civilización gay donde sea universalmente aceptada y practicada la homosexualidad o, al menos, la bisexualidad”.
O lo que es lo mismo, una rana cocinada.
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- Gay se deshace
- INTERECONOMÍA.COM, 24 FEBRERO 2013
- CARMELO LÓPEZ-ARIAS
Richard Cohen es una de las bestias negras de los grupos de presión LGTB (Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales). Y sin embargo, en sus libros se narra incluso con aprecio el nacimiento del activismo homosexual a partir de los años sesenta y setenta: las familias, las instituciones religiosas, el sistema educativo, los organismos gubernamentales, la comunidad científica habían fracasado –sostiene el psicoterapeuta norteamericano– en "amar a quienes experimentan atracción por el mismo sexo... ¿Qué alternativa les quedaba? ¿A dónde podían ir? ¿Quién les protegería y les defendería?". Así se expresa en Abriendo las puertas del armario, recientemente editado en España (LibrosLibres), donde Cohen explica que el fracaso consistió (y consiste ahora) en considerar irreversibles los sentimientos homosexuales. Hemos ganado "dignidad y respeto" en vez de agresiones homófobas que "hieren a personas que ya de por sí están heridas”, pero el error se mantiene, a saber: gay no se hace, se nace, y no se puede cambiar.
Sin evidenciasÉsa es la esencia del movimiento LGTB a partir del Manifiesto Homosexual de 1989, el libro Después del baile de los doctores Marshall Kirk y Hunter Madsen (ambos homosexuales). En él se sostiene: "Ser gay no es lo que hacemos, es lo que somos". Y con una estrategia de márketing "genial" (Cohen reconoce ese mérito) trasladaron el debate sobre la homosexualidad del ámbito del comportamiento al ámbito de los derechos. ¿Quién adoptará en esa tesitura la antipática postura de negarlos?
Cohen ha consagrado su vida a quebrar el doble pilar que sustenta la agenda LGTB. Derribar el primero (gay se nace) es sencillo: en 2008 la Asociación Americana de Psicología reconoció que "no se han encontrado evidencias que permitan a los científicos concluir que la orientación sexual está determinada por uno o varios factores en particular: genéticos, hormonales, sociales, culturales y de desarrollo".Un mensaje liberadoEl segundo (no se puede dejar de ser gay) lo desmienten sus veinticinco años de práctica profesional trabajando las heridas emocionales que están detrás de la atracción por el mismo sexo, "causas predecibles que se pueden evitar o revertir".
Greg Louganis, oro olímpico de trampolín; Melissa Etheridge, cantante; John Amaechi, ex jugador de la NBA; Rosie O’Donnell, presentadora de televisión; y Kevin Jennings, alto cargo educativo en la primera administración Obama, han contado su vida y su homosexualidad. Cohen constata que sus historias reflejan dichas causas: falta de vínculo con el progenitor del mismo sexo, exceso de vínculo con el del sexo contrario, conflicto con la propia imagen corporal, etc. Si se pone “el amor en orden” –sostiene– los sentimientos homosexuales desaparecen y aparecen los heterosexuales.No hay, pues, homosexuales ni heterosexuales. Hay personas. Punto. Y algunas experimentan atracción por el mismo sexo, que pueden cambiar si no se encuentran a gusto con ella. ¿Gay se nace o se hace? Se deshace una vez hecho, sostiene Cohen. Un mensaje liberador que pone nerviosos a los agentes LGTB. Ellos sabrán por qué.Cada vez está más difundido el uso de la expresión género, en vez de la palabra sexo, con la encubierta pretensión de eliminar la idea de que los seres humanos nos dividimos en dos sexos. Existen –se afirma–, al menos, cinco géneros: heterosexual masculino, heterosexual femenino, homosexual, lesbiana, bisexual. Desde la IV Conferencia Mundial de la ONU sobre la Mujer, realizada en septiembre de 1995 en Pekín, esta perspectiva de género ha venido extendiéndose vertiginosamente.Esta peligrosa ideología, surgida de la llamada revolución sexual, de finales de 1960, está unida al feminismo de género, o feminismo radical. Nos encontramos ante una nueva revolución cultural: sea cual sea su sexo, el ser humano podría elegir su género: podría decidirse por la heterosexualidad, la homosexualidad, el lesbianismo. Podría hasta decidir ser transexual, cambiar de sexo. Las feministas de género denuncian la urgencia de reconstruir los roles socialmente construidos del hombre y de la mujer, porque esta socialización –dicen– afecta a la mujer negativa e injustamente. Pretenden liberarse, sobre todo, del matrimonio y de la maternidad. Están, por tanto, a favor del aborto y de la promoción de la homosexualidad, el lesbianismo y todas las demás formas de sexualidad fuera del matrimonio.Se trata de una revolución cuyo objetivo es alcanzar una nueva cultura, un mundo nuevo y arbitrario, verdaderamente libre, que excluya el matrimonio, la maternidad, la familia, y acepte todo tipo posible e imaginable de práctica sexual. El feminismo de género ha encontrado favorable acogida en un buen número de importantes instituciones internacionales, entre las que se encuentran algunos organismos de la Organización de las Naciones Unidas. Además, numerosas series televisivas difunden abiertamente esta ideología.El término feministas de género fue acuñado por Christina Hoff Sommers, en su libro ¿Quién robó el feminismo?, con el fin de distinguir el feminismo de ideología radical surgido hacia fines de 1960, del anterior movimiento feminista de paridad (que cree en la igualdad legal y moral de los sexos). Este feminismo de género, que exige el derecho a determinar la propia identidad sexual, tuvo una fuerte presencia en la Cumbre de Pekín. Las artífices de la nueva perspectiva de género apuntaron la necesidad de deconstruir los roles socialmente construidos, que, según ellas, pueden ser divididos en tres categorías: masculinidad y feminidad; relaciones familiares (padre, madre, marido y mujer); y ocupaciones o profesiones.Estas feministas radicales abogaron, también, por la promoción de la libre elección en asuntos de reproducción y de estilo de vida. Con la expresión libre elección de reproducción, se referían al aborto libre; mientras que estilo de vida apunta a promover la homosexualidad, el lesbianismo y toda otra forma de sexualidad fuera del matrimonio. Contra la familia y la religiónLas feministas de género consideran la familia y el trabajo del hogar como carga, que afecta negativamente los proyectos profesionales de la mujer. Para evitarlo, urge, especialmente, desconstruir la educación. Así lo expresó en su discurso la Presidenta de Islandia, Vigdis Finnbogadottir, en una conferencia preparatoria a la Conferencia de Pekín: “La educación es una estrategia importante para cambiar los prejuicios sobre los roles del hombre y la mujer en la sociedad, para asegurar así que niñas y niños hagan una selección profesional informada, y no en base a los tradicionales prejuicios sobre el género”. Todos los demás defensores de la perspectiva de género sostienen, también, que las niñas deben ser orientadas hacia áreas no tradicionales, y no se las debe exponer a la imagen de la mujer como esposa o madre, ni se les debe involucrar en actividades femeninas tradicionales. En la misma línea, incluyen la promoción de la libre elección en asuntos de reproducción y de estilo de vida. En su agenda figura como prioritario, no sólo los derechos reproductivos de la mujer lesbiana, sino el derecho de las parejas lesbianas a concebir hijos a través de la inseminación artificial, y de adoptar legalmente a los hijos de sus compañeras.Este ataque declarado contra la familia se extiende también a la religión.Para el feminismo de género la religión es un invento de hombres para oprimir a las mujeres. Numerosas ONG acreditadas ante la ONU se han empeñado en criticar a quienes ellos denominan fundamentalistas (cristianos católicos, evangélicos y ortodoxos, judíos y musulmanes). Pero es el cristianismo, sobre todo el catolicismo (y más concretamente el Vaticano), a quien hay que atacar frontalmente. Para ello, las feministas radicales postulan la reimagen de Dios como Sophia: Sabiduría femenina. Estas teólogas del feminismo de género atacan directamente al cristianismo como propulsor del abuso infantil, y proponen descubrir y adorar no a Dios, sino a la Diosa, siendo ésta la mujer misma.La extensión de esta ideología de género ha producido multitud de dramas: ruptura de matrimonios, violencia doméstica, abusos y violencias sexuales (intra y extra familiares), pederastia, esterilizaciones quirúrgicas masivas de jóvenes, abortos, etc. En España, cada cuatro minutos se produce una ruptura matrimonial; y cada siete, un aborto. Asimismo, la presión mediática de los colectivos homosexuales ha llegado a provocar una cultura gay, con la injusta equiparación de las parejas de hecho con el matrimonio y la posibilidad de adopción por parejas de homosexuales. Cuanto llevamos dicho se manifiesta, desgraciadamente, en nuestro contorno político-cultural. El Gobierno español comparte todas y cada una de las tesis defendidas por la ideología de género y las promueve. La presión mediática del colectivo homosexual es, sobre todo en ciertos medios, asfixiante. Se anuncia, para el próximo curso escolar, una nueva asignatura obligatoria sobre educación sexual basada en esta ideología de género. El Gobierno español pretende, además, modificar la legislación actual para sacar adelante leyes contrarias al matrimonio y la familia, con la injusta equiparación de las uniones de homosexuales con el matrimonio y la posibilidad de adopción por parejas de homosexuales, etc.La diferencia sexualComprender la verdad y el significado de la sexualidad humana, y el Evangelio del matrimonio y la familia, sólo será posible si partimos de una antropología adecuada. Como la persona entera es varón o mujer, la masculinidad o feminidad se extiende a todos los ámbitos de su ser y se manifiesta en todas sus dimensiones: fisiológicas, psicológicas y espirituales.Cada hombre viene al mundo como ser sexuado (nace varón o mujer). En efecto, masculinidad y feminidad son los dos únicos modos de vivir la existencia, de ser persona humana. Sus diferencias reclaman la unión y la entrega del uno al otro para poder cumplir su propia vocación (el amor) mediante una vida en común. En contra de cuanto afirma la ideología de género, la sexualidad es una dimensión esencial. La sexualidad define el modo de ser, de manifestarse y comunicarse; de sentir, expresar y vivir el amor humano, y se refleja necesariamente en la relación social. Es, además, un hecho biológico que sólo la mujer puede ser madre, y sólo el varón puede ser padre. La procreación se vincula indisolublemente al amor (a la comunión esponsal), como labor conjunta de los dos sexos. Utilizar la palabra género en nuestro lenguaje no es simplemente un signo de moda. Detrás de ese término se esconde una ideología malévola que busca abrirse paso en las conciencias para instalarse en nuestra cultura, cada vez más andrógina o unisex. Se trata, en definitiva, de una revolución extrema: lograr una cultura nueva, o contracultura, que excluya el matrimonio, la maternidad, la familia, y acepte todo tipo posible e imaginable de práctica sexual.En España estamos sufriendo, cada vez más, las consecuencias de esta perversa ideología. Se refleja en el talante de nuestros gobernantes y en las reformas legislativas que pretenden aprobar en contra del matrimonio, la familia, la educación, la transmisión de la vida, etc. No obstante, la conducta humana tiene su base en la naturaleza y no puede desvincularse de ella. Por ello, la pretendida ruptura con la biología (con la propia naturaleza) no libera a la mujer ni al varón; es más bien un camino de perversión que conduce a lo patológico.JUAN ANTONIO REIG, OBISPO